viernes, 30 de abril de 2010

El radar


Una de las cosas de las que más habitualmente leo en otros blogs es acerca del radar gay. La gente cuenta sus historias y en algún momento siempre dicen algo parecido a esto: "... y entonce le vi. Y mi radar no paró de sonar...".

Yo he debido nacer defectuoso porque ese radar no salta en mi cabeza. A veces me siento en una plaza y observo pasar a la gente. Los miro y los sigo a lo largo de su recorrido. Depende del día suelo llegar a una de estas dos conclusiones: o son todos gays o no lo es ninguno.

Me es imposible distinguir ningún rasgo o gesto que me indique que ese chico es gay. Salvo que tenga mucha pluma claro. Pero para eso no necesito un radar. No se si es algo que se aprende con el tiempo. A reconocerlos en gestos, miradas o sonrisas provocativas. Pero de momento soy incapaz de encontrar ninguna señal.

A veces estoy seguro de que un chico es gay y de repente lo veo reunirse con su novia y darse un beso que ya quisieran muchas películas románticas. Es verdad que eso no quiere decir nada claro, porque el chico puede ser gay en la vida privada y mostrar un coartada hetero total en público. Pero me rompe los esquemas. No se si son mis deseos de que sea gay, si realmente lo es y lo esconde, o que que una vez más he metido la pata hasta el fondo.

Y la verdad es que me fastidia bastante. Me es imposible ligar con nadie por la calle, en un bar o en cualquier sitio público. Así que me tengo que centrar en ligar por internet o en bares de ambiente. Y seguro que acierto con el amigo hetero y enrollado que ha ido de acompañante.

Y aún peor. Alguna vez he tenido la sensación de que podían estar ligando conmigo. No muy a menudo lo reconozco, que entre que no soy ya muy joven y que nunca me he parecido a Brad Pitt pues la verdad es que no suelo esperar que ocurra. Pero alguna vez he tenido esa sensación. Y no se si las he desperdiciado por no saber reconocer las señales.

¿No habrá alguna escuela para gays tardíos donde aprender los rudimentos básicos de las técnicas de detección gays? Yo me matricularía sin dudarlo.

Hay veces que puedo llegar a odiar a la Madre Naturaleza. Y esta es una de ellas.

miércoles, 28 de abril de 2010

Dos meses y un adiós


Es sorprendente como una persona puede entrar y salir de tu vida en tan poco tiempo y sin embargo dejar huella. Calvin llegó a mi ciudad a mediados de enero. Quería alejarse un poco de su entorno. Salir de su rutina y demostrar que era capaz de ser independiente. No es que tuviese problemas donde vivía, sino que necesitaba un cambio de aires y probarse a si mismo. Vino con la intención de comerse el mundo y una moral inquebrantable.

Con poco dinero y mucha ilusión alquiló una habitación en un piso céntrico y se puso a buscar trabajo convencido de su capacidad. Pero se dio de bruces con la realidad. El mercado laboral no estaba para alegrías y el trabajo escaseaba. Pasaba las horas muertas conectado a Internet, visitando páginas de perfiles intentando hacer al menos amigos en la ciudad mientras llegaba el trabajo. Y así llegó hasta mi.

Un día, a principios de marzo, recibí un mensaje suyo. Un saludo y una pregunta. Le respondí y empezamos a intercambiar mensajes. De ahí pasamos rápidamente al messenger y unos días después quedamos para conocernos. Me dijo de quedar en mi casa y a mi me pareció bien. Eso me hizo pensar que le apetecía algo más que una charla y una cerveza... y la verdad es que a mi el plan me apetecía.  Es un chico joven, 26 años, guapo y con una mirada inquisitiva. Delgado y sugerente. Y él lo sabe y lo aprovecha.

Vino un viernes sobre las 9 de la noche y estuvimos charlando y tomando unas cervezas. Y pronto dejó claro que no era sexo lo que buscaba. No le creí. Pensé que simplemente le gustaba jugar con la tensión y hacer crecer el deseo. Pronto pasamos a alcoholes más fuertes y la velada se prolongó mientras charlábamos animadamente. Me contó parte de su vida y cómo había llegado hasta allí. Le gustaba adornar las historias con detalles que sin ser estrictamente falsos tampoco se ajustaban a la realidad. Era como un narrador que embellece la historia para cautivar a su público. Y la verdad es que lo hacía bien. El alcohol le soltó la lengua... pero nada más. Empecé a creer que de verdad no quería sexo. Al menos conmigo.

La velada se prolongó hasta las seis de la mañana. Después de bebernos varios whiskys y una botella de orujo a medias, Calvin, medio borracho, me dijo que se iba a casa. Le invité a quedarse y pasar la noche pero me dijo que no. Efectivamente no iba a haber sexo.

Quedamos varios días más y las conversaciones se hicieron cada vez más largas. Y la cantidad de alcohol que bebíamos mayor. La verdad es que me sentía a gusto con él, a pesar de lo diferentes que eramos. Incluso cambié mis planes algunas veces para poder quedar con él.

Un viernes me dijo que había quedado con un chico en un bar y me propuso que le acompañara. Yo sólo había salido por el ambiente una vez... y no fue como para recordarla. No es que me apeteciera demasiado pero hay que aprovechar las oportunidades y es mejor salir acompañado que solo. Y lo pasé bien. Charlamos, bailamos, reímos y nos emborrachamos. Le acompañé hasta su casa y me invitó a subir y conocerla. Y cuando ya me iba me preguntó si me quería quedar... pero sólo a dormir. Me quedé y compartí una cama individual con él. No hubo ningún tipo de sexo, sólo dos personas durmiendo. Pero me gustó.

Quince días después me dijo que se iba, que aquí no encontraba trabajo y que le había salido una oportunidad en otra ciudad. Y se iba ya. En menos de 15 días. Nos hemos visto un par de veces más y se ha ido a preparar su nuevo piso allí. Volverá dentro de unos días a recoger sus cosas y se mudará definitivamente. Es probable que no le vea más, o al menos en mucho tiempo. De él me sólo me quedará su messenger y un amigo en el Facebook.

Sólo nos hemos conocido mes y medio y sin embargo le echaré más de menos que a mucha gente que a estado en mi vida durante años. Echaré de menos sus historias. Sus risas. Su forma de bailar. Pero sobre todo echaré de menos a una persona que me escuchó.

lunes, 26 de abril de 2010

Miedos



Una de las cosas que más eché de menos en esos primeros momentos era tener un referente. Alguien a quien poder dirigirme y decirle "soy como tu y ahora ¿que hago?". Puede parecer increible, pero a mis 40 años aún no había conocido nunca a nadie homosexual. Al menos que yo supiera claro. Ningún compañero de colegio. Ningún amigo (ni amigos de mis amigos). Ni siquiera compañeros de trabajo en las distintas empresas en la que he estado. Nadie. Nunca.

Quizá esa es la causa de mi aceptación tan tardía. Si hubiese conocido a alguno probablemente me habría hecho pensar y razonar. No se si me habría atrevido a preguntarle o no, pero al menos habría visto que no era tan terrible y me habría llevado a plantearme y cuestionarme mi sexualidad

Por supuesto no es esa la única causa. Fui educado en colegios religiosos y aunque ya desde los 12 años fui consciente de que la religión no era para mi, la ética y la insistente y sesgada educación siempre hacen mella. Te educan en unos valores éticos que absorbes como una esponja a esas edades, y te crean unos prejuicios impuestos que puedes tardar años en eliminar. Eso si lo consigues. Y la homosexualidad era uno.

Otra causa probable es la sociedad que te rodea. Yo viví mi adolescencia en los 80. Y en esa época todavía pervivía el desprecio al maricón. Y no sólo desprecio. Podía ser incluso peligroso. Había agresiones y la gente miraba hacia otro lado. Hay que tener en cuenta que la Ley de Vagos y Maleantes (y su sucesora la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social) estuvo en vigor hasta el año 79. Y aunque derogada formalmente, el ostracismo seguía vigente. Definirte como homosexual era tu muerte social.

¿Me exculpa esto y justifica mi aceptación tan tardía? Yo creo que no. Los prejuicios estaban implantados y la sociedad no permitia otra cosa que el pensamiento único, pero siempre fui una persona que razoné y me pregunté acerca de todo lo que me rodeaba. ¿Por qué entonces no cuestioné este prejuicio? Creo que sólo hay una respuesta. Miedo. Miedo a no ser como los demás. Miedo a quedar apartado. Miedo a ser rechazado. Y sobre todo miedo a vulnerar una moral equivocada pero que entonces admitía sin reservas.

He vivido con miedo durante muchos años y ahora que soy consciente empiezo a luchar contra él. Uno no se escapa de sus propios miedos simplemente ignorándolos, pero es un buen principio reconocerlos y saber que que hay que luchar contra ellos. Y yo estoy luchando.

domingo, 25 de abril de 2010

Mi primera web


Fue en las navidades de 2008 cuando accedí por primera vez a una página de perfiles gay. Creo recordar que fue el 29 de diciembre. No hace ni año y medio de eso.

Fueron unas navidades deprimentes para mi. Estaba nervioso, confundido. Y encima tenía que poner buena cara y fingir que no pasaba nada. Hice una gran interpretación esos días. Que gran paradoja. Una interpretación de Oscar y precisamente por eso nadie se enteró. Fui simpático, ocurrente y solícito. Parecía el más feliz de todos. Incluso me lo comentaron. Que qué bien me iba. Que se me veía radiante. Que como me envidiaban lo bien que estaba... Y estaba destrozado.

No se como llegué hasta allí. Si fue un anuncio que vi, una busqueda consciente o el azar, pero recuerdo que me planté delante de la página y pensé en echarle un vistazo. Algo así como "no pasa nada por mirar" y "serán sólo un par de minutos". Hacía un par de meses que había admitido por primera vez que era homosexual, pero aún así tuvo que pasar ese tiempo para asimilar lo que significaba. Y me faltaban todavía unos cuantos pasos para reconocerme como gay.

Pero para entrar hacia falta registrarse y crearse un perfil. Dudé. Dudé un buen rato delante del formulario vacío. Y decidí "que como sólo quería mirar" no hacía falta poner datos ciertos más alla de lo estrictamente necesario. Rellené lo básico y rescaté una vieja direccion de correo que no utilizaba hacía mucho para poder recibir el enlace que activaría mi cuenta. No quería utilizar nada que pudiera identificarme. Vívía entre la vergüenza, el miedo, el reconocimiento y la curiosidad.

Una vez dentro empecé a curiosear. Primero al azar. Leía perfiles de todas partes y miraba las fotos. Cuando alguno me llamaba la atención me fijaba de donde era. Y todos eran de sitios lejanos. Filtré entonces los datos y me centré en los alrededores del lugar donde vivo. Aparecieron bastantes perfiles. Los dos minutos que iba a estar se conviertieron en un par de horas. Miraba un perfil detrás de otro. Yo no había puesto foto ni nada que me identificase, pero miraba los perfiles con la secreta ilusión de encontrar a alguien a quien conociese. No hubo suerte, pero descubrí que había más gente de la que yo pensaba. Y que algunos estaban tan asustados como yo. Y fue entonces cuando recibí el primer mensaje.

El sonido de la recepción del mensaje me sobresaltó. No sabía si había hecho algo incorrecto, si había sobrepasado algún límite o intentado entrar en algún sitio no permitido. Lo último que esperaba en ese momento era que un desconocido me escribiese. Ni se me había pasado por la cabeza. Cuando por fin identifiqué lo que era miré el mensaje con incredulidad. Lo abrí con sorpresa y vi un lacónico "Hola". No sabía que hacer. Mire su perfil y no lo conocía de nada. Ni siquiera era de mi ciudad. ¿Por qué me saludaba entonces? Tenía 40 años pero mi comportamiento rayaba la ingenuidad total. Asombrado le respondí con otro mensaje. Hola. Nada más. No sabía que ponerle ni que decir. Pasé casi 20 minutos esperando una respuesta. Y esta no llegó.

Cerré la web con una sensación de desaliento y abatimiento. Me dije a mi mismo que ese tipo de web no era para mi. Que yo no iba a poner datos de verdad como había visto hacer a otros. Alguno ponía su nombre e incluso fotos. Para mi era inconcebible. Y además no iba a volver a entrar en ella. Porque yo no era gay.

Por supuesto entré de nuevo al día siguiente.

viernes, 23 de abril de 2010

Puedo escribir los versos más tristes esta noche


Estoy triste. Las lágrimas afloran a mis ojos y a duras penas las contengo. Pero no hay una razón concreta para ello. O las hay todas. Es algo que estoy notando desde hace unos meses. Mi fortaleza se resquebraja a veces. He pasado años endureciéndome. Convenciéndome de que me bastaba a mi mismo para todo en esta vida. De que era autosuficiente. Era un tipo duro. Con una mirada cínica y una sonrisa sarcástica.

Mientras escribo esto estoy escuchando "Defying gravity" de Wicked y necesito hiperventilar para impedir que el llanto se me apodere. Y no es porque la canción me emocione. Que si lo hace. Es algo más. Es una sensación extraña en mi. Es tristeza. Es soledad. Es una tensión contenida, unas ganas de gritarle al mundo como soy.

Nunca he llorado con una película ni me he emocionado. Y ahora a veces noto como un temblor incontrolable y mis ojos se humedecen al ver cualquier escena creada con mil y un trucos de manual barato para conmover. No soy yo. O sí. Ya no lo se. Pero cada vez tengo más ganas de llorar. No se si voy a llorar lo que no he llorado estos años. Una especie de compensación tardía. Lo que si se es que en estos momentos echo de menos alguien a quien abrazarme. Y llorar. Llorar mucho.

miércoles, 21 de abril de 2010

¿Desde cuándo soy gay?

Esta pregunta ronda por mi cabeza y no se si puedo darle una respuesta fácil, porque podría poner muchas fechas y probablemente todas serían correctas.

Podría ser cuando con unos 17 años, estudiando para los exámenes en una biblioteca con unos compañeros me imaginé dando un beso a un chico alto y guapo que estaba con nosotros. Fue una imagen que me vino a la mente de repente, sin avisar. Estaba hablando con cuatro amigos, incluído él, y como si fuera un flashback de una película me imaginé besándolo en los lábios. Un beso carnal y con fuerza. Me impactó muchisimo. Y me asusté aún más. Creo que se me cambió la cara y di un paso hacia atras incapaz de controlar mi propio miedo. Ninguno se dio cuenta, pero la imagen mental fue como una bofetada a mi conciencia. Me destrozó en unos momentos. Fue tal el impacto que mi mente, para proteger mi cordura, arrinconó en un rincón perdido el momento y lo escondió durante bastante tiempo. Me dije a mi mismo que no había sido más que algo sin importancia. Que yo no era gay. O maricón, que gays no había entonces. Sólo maricones.

Podría ser cuando con doce años empezamos a hacer gimnasia en el colegio y nos dijeron que nos cambiaríamos de ropa en el vestuario. Y que luego nos duchariamos todos. Desnudos. Juntos. Al principio todo eran risas y miradas furtivas. Todos estabamos asustados por desnudarnos delante de los compañeros. El pudor es algo que nos habían enseñado desde pequeños... y el cuerpo era pecaminoso. Con el tiempo la gente se fue soltando y empezó a ser más natural el ducharse todos juntos. Seguía habiendo risas pero eran propias de la edad. Que si tal estaba gordo. Que si cual tenía unas manchas en la piel, o cicatrices o golpes. Que si fulano estaba muy delgado y se le marcaban las costillas. O que si mengano la tenía pequeña. La ingenuidad en estado puro. Lo que pasa es que a mi se me ponía dura. Miraba de reojo a mis compañeros y no podía evitarlo. Tiesa como un palo. Y algún compañero se dio cuenta y empezaron las risas y las bromas. Pero aprendí a disimularlo. A remolonear un poco hasta ser de los últimos en entrar en las duchas. O todo lo contrario, correr por llegar el primero a los vestuarios y ducharme antes de que llegaran la mayoría. Con el tiempo aprendí a controlarlo y a integrarme como uno más, sin que se me notara la excitación. Y por fin a relajarme y sentirme cómodo.

Podría ser cuando con nueve años jugaba a pelearme con mi primo y poco a poco fuimos derivando la pelea a meternos mano. El objetivo era quitarle el pantalón al otro e intentar inmovilizarlo genitalmente. Yo era mucho más fuerte y mi primo no era rival para mi. Pero siempre ganaba él claro. De eso me encargaba yo.

O podría ser cuando por fin lo he admitido. Al final. Con 40 años. Podría.

martes, 20 de abril de 2010

Estrenando un mundo

Tengo más de 40 años y este es mi primer blog. Y no es la primera cosa nueva que hago en la vida después de esa edad. Porque descubrí que era gay con 40 años.

Sí, suena extraño. Lo se. Uno no se levanta un día y decide ser gay. Y tampoco es que lo llevara en secreto y viviera una doble vida. Es (o fue) un problema de aceptación, de reconocerme a mi mismo lo que desde hace años sospechaba y que no quería admitir.

Hace ahora poco más de año y medio que acepté que era gay y desde entonces me han pasado muchas cosas. Algunas buenas y otras no tanto. No es fácil poner patas arriba toda tu vida. Empezar a desmontar la coraza que te has ido creando a lo largo de los años. Descubrir que la confortable seguridad que te rodea en realidad es una capa más fina de lo que habías imaginado.

¿Por qué me pongo a escribir esto ahora? Pues realmente no lo se. He estado leyendo varios blogs de gente que cuenta su vida, sus experiencias. Que vuelca en ellos sus deseos y frustraciones. Y sus ilusiones. Sobre todo sus ilusiones.

Pero casi todos son adolescentes. Chavales entre 15 y 20 años despertando a la vida y descubriendo con ese apetito insaciable de la edad el mundo que les aguarda. Yo soy ahora como ellos. También tengo las mismas dudas. Los mismos anhelos. Las mismas esperenzas. Y las mismas frustraciones. Pero no tengo 18 años. Tengo 40. Y eso no lo puedo cambiar.

¿Qué voy a escribir aquí? Pues tampoco lo se. Quizá lo que me ocurra cada día en esta aventura nueva que es mi vida. O a lo mejor cuento como ha sido este año y medio que he vivido hasta llegar a ahora. O todo mezclado. O quizás nada y esta entradilla se convierta en un fugaz reflejo de lo que pasa por mi mente.

No se si alguien llegará algún día a leer esto o simplemente quedará aquí como un método particular para descargar la vorágine en que se ha convertido mi cabeza en estos meses. Pero en cualquier caso quiero dar las gracias a eGeo por ser quien, con la lectura de su blog, ha inspirado esta locura.